sábado, 4 de enero de 2014

"Todo ajeno", de Natalia Litvinova





Todo ajeno
Natalia Litvinova
Vaso Roto, 2013

 


Los ecos nunca se apagan, perduran en las cuevas que esconde todo rincón, toda garganta. Se funden con otros y reaparecen a la vuelta de otra esquina, esperando respuestas. Pero su impaciencia no se ve recompensada: nosotros vivimos en el mismo temblor de preguntas, de tanteos, intentando averiguar si es nuestro el cuerpo que palpamos, el espacio que ocupamos, si es nuestra la voz que dice palabras que entendemos sólo a medias.

Todo ajeno de la poeta bielorrusa afincada en Argentina Natalia Litvinova nace de la perplejidad, de esa extrañeza. Los versos, breves y certeros, son dardos a los que la poeta parece anudarse para descubrir el lugar de su aterrizaje. Y avanza así, paso a paso, verso a verso, sin saber si habita un universo dislocado o si es la poeta la que no coincide con su propio cuerpo, con la luz o con su tiempo.

En ese esguince de la experiencia escribir es un acto medicinal, las palabras traen dosis del mundo que duelen o enseñan, pero que son íntimamente necesarias. Litvinova decide escribir sobre la piel “para que la historia / no me haga daño" y, a la vez, escribir es para ella "ir hacia la herida para curarla con veneno", un proceso por el que lo real y lo posible extienden una mano y alcanzan la suya extendida, aún a sabiendas de que las frases son asideros resbaladizos por lo que se nos escapa lo que poseíamos antes de nombrar: "la intimidad se fuga con las palabras". No sabemos si somos; andamos, como ella, "a tientas" con un "cuerpo desapareciente", buscando reconocernos en algún reflejo o identificar el punto de fuga por el que el cuerpo "descuidó sus fronteras / en busca de más."

Pero, a la vez, la escritura es también una fuerza fecunda, el fruto del instinto animal en el que nos proyectamos a lo más ignoto de lo que somos. La poeta busca en lo salvaje, en los caballos, en el polen para encontrar su propio nacimiento o modelar otro, pero "apenas sale un hombre / después de largas horas de escritura."

Ese mundo ajeno que rodea a Litvinova está poblado de metamorfosis: vestidos que se desgarran y de cuyas heridas brotan otros vestidos, pescadores aletargados a los que se adhieren escamas para llevar al hombre a la siguiente etapa de la evolución… Pero los verdaderos personajes están en la naturaleza que la rodea: nieve, bosques "donde hay flores, hongos, radiación y casi no hay recuerdos", flores, gatos y pájaros en los que se cristaliza la acción o la experiencia. Sus gestos y movimientos esconden terremotos, parecen revelar un cierto orden salvaje, las pulsiones naturales que nos explican y de las que nos hemos desconectado.

Así, el poemario avanza entre lo que queremos olvidar y lo que queremos descubrir: un nombre que resuena, venenoso, pronunciado por los peces, libado por las abejas, o el estrato que dejaron en nosotros nuestros antepasados y que se despierta sin avisar. Pero la fuerza última siempre estará del lado de la acción: "como las posibilidades son infinitas voy a dar el primer paso / para que la posibilidad de que no suceda nada no suceda".

Todo ajeno es poesía que podría habitar cualquier tiempo o lugar, que alberga en la concisión de sus versos innumerables formas de la extrañeza que han hecho ya un camino de ida y vuelta y que esperan, como la hierba oculta bajo la nieve, la mano que se adentre en su búsqueda.