Juan Vicente Piqueras
Atenas
Visor, 2013
Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena 1960),
actual Jefe de Estudios en el Instituto Cervantes de Argel, se ha alzado con el
XXV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe con un poemario titulado Atenas,
que ha supuesto cierta continuidad en su
estética y que, sin embargo, también ofrece una lectura diversa a la que
acostumbraba su poesía, añadiendo ciertos recursos estilísticos que no son
habituales en ella y desarrollando unos escenarios en los que la ciudad y sus
ruinas invitan a una reflexión sobre la fugacidad, que, no obstante, no
presenta ni un solo ápice de pesimismo. Por esa lectura que me parece novedosa
y muy interesante, me propongo esbozar varias ideas que me surgieron al hilo de
la lectura.
“Atenas no es el tema del libro”, comienza Piqueras en la nota que abre el poemario.
Atenas es solo un nombre con el que denominar el lugar que simultáneamente
somos y no somos, ese lugar lejano que se traza vagamente en el horizonte y
que, a su vez, vemos tan nítido al volver la vista atrás. Para Piqueras, básicamente,
el pasado es una línea –jamás recta– que une ambos tiempos: ser y no ser.
Venimos de algo para devenir cualquier otra cosa:
Los lugares son dioses anteriores
a los dioses.
El templo procede de la cueva,
del bosque. El manantial
es anterior a todos los bautismos.
Se diría que en los poemas de Atenas se observa al
poeta como ese visitante que se extravía
en el laberinto, pero que nunca pierde detalle de lo más mínimo que pueda
suceder a su alrededor. Como se observa en el siguiente poema, la realidad es
un tatuaje en los ojos del poeta.
El mar en Kalamata huele a humo, a ceniza.
Trae troncos calcinados de la playa,
ramas ardidas, restos y rumor
de incendios que asolaron
bosques y nidos, páginas, palmeras.
Son olas de ceniza
de ayer, aroma ardido.
Es el mar quien recuerda los incendios.
Como es habitual en la poesía de Piqueras, la cultura
grecolatina está muy presente. Al “yo” del poemario podría ser descrito como un
gladiador cuyo campo de batalla no es otro que el amor, y nosotros mismos, la única
y verdadera bestia a batir. “Es hora de luchar contra nosotros”, comienza
un poema, “moriremos a manos de quien nos ama. Huyamos / sin descanso ni
adónde.”
En el poemario se distinguen, además, dos vertientes
temáticas que se unen en numerosas ocasiones. En primer lugar, una suerte de
poesía épica con tintes de introspección que enlaza con un uso de la ironía muy
propio de la poesía de Juan Vicente Piqueras y, en segundo lugar, otra
vertiente más reflexiva, con la memoria y el paso del tiempo como
protagonistas. La articulación de ambos aspectos es lo que dota al poemario de
cierto dinamismo, pues ambas parten se entrelazan de una manera muy natural.
En este sentido, a pesar de la innovadora
utilización que hace el poeta de mitos y tradiciones, su estilo siempre ha
tendido hacia un cierto conservadurismo formal, con una métrica basada en el
endecasílabo y alejandrino, de los que Juan Vicente es un gran conocedor.
Sorprende, por tanto, encontrar varios poemas encadenados que el poeta titula Viento
de noviembre –cuya dedicatoria va dirigida al poeta griego Kostas Vrachnos,
traducido al español por Juan Vicente Piqueras–, en los cuales, aunque reiterando
dicho gusto por el endecasílabo, prescinde de la puntuación para intentar
otorgarle un tono más enérgico, en consonancia con la temática del olvido y el
paso del tiempo, ejes de este poema y casi del poemario. Para el poeta la
memoria siempre ha sido un elemento esencial –Vivir es olvidar, que
diría en La edad del agua, (Editorial 4 Estaciones, 2004, Lucena)–, y en
estos poemas el viento, ese viento de noviembre, está íntimamente relacionado
con ella. En este caso, el viento es una alegoría de libertad y, quizá, la única
manera que tiene el poeta de desembarazarse de todas las ruinas que lo cercan y
lo habitan –como esa ciudad de Atenas que ya no existe, en su lugar hay otra
ciudad que lleva el mismo nombre–, pero el viento también puede ser un
viento destructor, que roba la palabra, tal y como hace el olvido. Asimismo,
estos poemas se configuran como un inciso que le otorga gran agilidad al
conjunto del poemario, que de otra manera habría pecado de monótono.
El poemario es completado por varios poemas más que
vuelven a la línea que habíamos descrito con anterioridad, con la ciudad de
Atenas como foco de atención principal, ciudad en la que vive, siente y ama.
Amor o nada, proclamará como máxima en uno de los poemas finales.
Atenas tiene fecha de caducidad. Atenas es Piqueras, y sobre Atenas empieza a
llover ceniza. Será hora de retirarse a otro lugar, como propone el poeta en Adiós
Atenas.
Ya me he muerto en Atenas, ya he desaparecido
de sus calles, no soy sino una sombra
en su luz, un ayer, infinitivo del verbo ay, me he
ido, ya no soy.
Nadie me llamará y no llamaré a nadie.
Si alguien habla de mí lo hará en pasado.
Cuando vuelva nadie me reconocerá.
Aprendo día a día, daño a daño,
a desaparecer.
1 comentario:
Como me gusta mucho la poesía trato de encontrar nuevos libros de poetas que me brinda la posibilidad de disfrutar de viajar con la mente. De esta manera cuando obtengo ofertas de hoteles en argentina trato de viajar pero siempre llevándome algun libro de poemas
Publicar un comentario