Ana Isabel Alvea Sánchez
Hallarme yo en el mundo
Ediciones En Huida, 2013
Por Charo Prados
Cuando conocí, hace algunos años ya, a Ana Alvea, me llamó la atención, en aquella primera audición, pues se trataba de una
lectura pública y colectiva, lo peculiar de su voz poética: brevedad extrema, concisión, estilo lacónico rozando
con la sequedad, ausencia de anécdota.
No tuve que esperar mucho para disfrutar de la lectura de su primer
libro, Interiores, que vino a
confirmar lo que Tobías Campos Fernández llama en su acertado prólogo “sencillez esencial”. Es esta
sencillez rasgo incuestionable de estilo en la voz de Ana, que en su primer
libro, breve y denso, demostraba ya su dominio de la medida del verso y una
ausencia de estilo, entendido este como un cierto manierismo muy al uso, que le
permite abrir la mirada interrogante a las “imágenes mutiladas de la memoria”
buscando siempre la pregunta inteligente – “¿Qué esculpirá el tiempo sobre
nosotros?”- más que la respuesta fácil o la mera contemplación esteticista. Esa
renuncia a la retórica huera coloca a la voz poética en una posición difícil:
sin adornos, solo la esencia del lenguaje, y su concepto indisoluble, sostienen
al poema, que se alza únicamente sobre la necesidad de decir, desde una
radicalidad que implica en sí misma la
brevedad del texto.
Poesía
en tránsito es el
nombre de la colección (Ediciones en huida, 2013) que saca ahora a la luz su
segundo libro, Hallarme yo en el mundo. Ya
desde el título puede observarse un cierto giro en esa mirada atenta e
interrogante que caracteriza a Ana Alvea. La dualidad entre el yo poético y el
mundo, tan orteguiana, reivindicada por la propia autora en la cita que abre
este libro y justifica el propio título - “Lo que
me es dado es mi vida, no mi yo solo, ni mi conciencia… me es dada mi vida, y
mi vida es ante todo un hallarme yo en
el mundo”- se resuelve en una colección de poemas, más extensa que Interiores, donde, muy lejos del tópico confesional neorromántico,
la voz de Ana, que parte de una concepción de la literatura como método de
conocimiento del mundo, continúa lanzando al aire las cuestiones que le
preocupan.
Así, en cuatro secciones muy equilibradas
en cuanto a su extensión, se suceden los poemas de Intuición, una suerte de poética del misterio, en el que destacan,
en algunas composiciones muy breves, cercanas al haiku., raras imágenes que
salpican el verso como piedras preciosas (“Preocupación”, “Huérfanos”, “La
nadadora”), Interrogaciones no retóricas,
donde el tono sentencioso y la lectura atenta de la filosofía clásica y el
modus interrogativo, ya anunciado en el título elegido, generan una serie de
poemas secos, directos que invitan al
lector a la reflexión íntima, Circunstancias,
que desde la conciencia moral planea una mirada lúcida a la realidad
circundante, que se extiende de lo íntimo a lo público sin solución de
continuidad, y La naranja del almendro, que cierra el
libro con una sección en la que la temática amorosa no anula esa voluntad de interrogar
e interrogarse que constituye el esqueleto del libro.
Así, en un viaje del yo poético en constante
diálogo con el mundo circundante, en el que cabe desde la literatura a la
actualidad, Ana Alvea, arropada por la filosofía clásica, se decanta por un cierto
estoicismo que acepta el sufrimiento como parte de la vida, sin abandonar por
ello la esperanza, ciertamente dubitativa, ni esa concepción existencialista
del vivir como un recorrido por un camino no trazado previamente, para llegar,
de manera natural, a un discurso antiburgués (“Animales de costumbre”) y a una
moral propia que se rebela contra el remordimiento judeocristiano (“Libertad de
elección”, “Fracaso”).
Pero vivir es también abrirse al otro,
dialogar con el tú y forjar un nosotros quizás más necesario hoy que nunca
(“Feliz año 2012”, “La llamada”, “Reforma laboral”, “Relaciones laborales”).
Más que poesía social, podría hablarse, como ya se ha dicho antes, de poesía de
la conciencia, dando cabida así al mundo y sus circunstancias desde una
rectitud moral que no pretende dar lecciones a nadie, pues bucea en la
problemática de la actualidad sin adoctrinamiento de ningún tipo.
En
ese diálogo con el otro no faltan las sombras, como puede observarse en los
poemas a Camille Claudel y Alejandra Pizarnik, elegidas como compañeras de
viaje desde un cierto extrañamiento, ya que el universo poético de Ana Alvea
está quizás más cerca de lo doméstico y cotidiano. De ahí quizá su manifiesto
cansancio de la literatura academicista- y del propio ajetreo diario (“Circuito
de velocidad”)-, apenas aliviado por un amor contado de nuevo sin romanticismo
alguno. Este camino poético elegido por Ana Alvea supone una búsqueda solitaria,
búsqueda que lleva a la autora a hallazgos ciertamente sorprendentes, como esos
magníficos versos que cierran el libro “Puede que la bestia nos desafíe/ y
sepamos combatirla”.
Pero no quiero terminar esta breve reflexión
sin aludir a un poema magnífico, que por sí solo se basta para justificar la
lectura de Hallarme yo en el mundo. El viaje de los malditos es un poema,
algo extenso y complejo, que parece abrir un camino nuevo en la voz de la
autora; narra el viaje imaginario, a bordo de un transatlántico llamado Saint
Louis de una extraña y doliente familia. Ahora el nosotros sustituye al yo
poético, que en diálogo fructífero con la voz de José Hierro, reclama el viaje
y su ética del desapego sin renunciar a
la clarividencia - “Fuimos felices en el viaje/tan feliz como se puede ser/ en
el engaño”- así como el canto como salvación en medio de la desolación y la derrota:
“No me invadía ninguna nostalgia/por dejar aquella ciudad hostil,/al contrario,
iba creciendo en mí/ un imperioso deseo de cantar”. La palabra, pues, como necesidad,
y como salvación. Qué otra cosa puede ser si no, a estas alturas, la poesía.
2 comentarios:
Merci beaucoup, mon ami.
Me encanta tu Verbo y Verso.
Un cordial abrazo.
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