Francisco Onieva
Las ventanas de invierno
La Oficina ediciones, 2013
Por IoanaGruia
Estoy convencida de que en los
buenos poemas las palabras extienden su sombra sutil pero exacta en el
imaginario afectivo de los lectores, una sombra que se transforma en un círculo
de reverberaciones y nos permite ver el
poema delante de los ojos. Ver sus alas de sombra, como si el poema fuera un
pájaro. « Un pájaro/ detenido en el frío/, con sus alas de sombra »,
leemos en « En la casa nevada », uno de los poemas de Las ventanas de invierno, libro con el
que Francisco Onieva ganó en 2008 el XXI Premio de Poesía Cáceres Patrimonio
de la Humanidad, y que se publica ahora en La Oficina ediciones, acompañado por
los bellos dibujos de Jacobo Pérez-Enciso. El pájaro y la sombra son dos de los
principales núcleos de significación del libro, junto con la ventana, frontera
entre la intimidad y el mundo exterior, por donde entra borrascosa y arrebatada
la vida, como leemos en el magnífico poema « A destiempo » :
La vida
es aire
que se presenta
sin que puedan cerrarse a tiempo las ventanas.
Ahora lo sé.
Aparentemente los dos espacios
separados –y unidos- por la ventana son el adentro de la casa y el afuera, que
puede ser un andén, un bosque, un parque en invierno, elementos de un paisaje
vinculado a la geografía sentimental, elaborada poéticamente, de Los Pedroches,
que se transforma también en un paisaje interior. Pero el adentro no es sólo el
de la habitación desde la que se contemplan los pájaros, la lluvia o la nieve
en poemas que recuerdan el mundo de Emily Dickinson o el universo de pasiones
dormidas y sin embargo devastadoras de los personajes de Chéjov. El adentro es
también el cuerpo-casa, que guarda la memoria de todas las caricias, de la
herida y del espléndido « fino haz de ausencias », que marcan el
cuerpo como las grietas surcan una casa:
Esta casa es mi cuerpo
y sus cimientos, la
memoria.
Tus caricias están en lo
más hondo,
entre las piedras que
unen los muros a la tierra.
Mi herida está en cada
una de las paredes
que, verticales,
recogen
la luz
y la gavillan
en un fino haz de
ausencias;
son la certeza de la cal
y en ellas he aprendido
que es imposible
la vida más allá del
propio cuerpo.
En este poema, « Mi
casa », Onieva reescribe de alguna manera a Valéry: « No hay nada más
profundo que la piel ». Una piel de
lluvia que responde tanto a la metamorfosis (el hombre que mira la lluvia en el
primer poema del libro se transforma él mismo en lluvia) como a la continua
circulación de sentido entre los distintos núcleos que conforman el tejido de
los poemas : pájaro, sombra, ventana, invocados varias veces por los
personajes poéticos, femeninos (porque a mi entender hay más de uno) y
masculino. Así, los pájaros, « con alma nómada » en « De
silencio y de sombra », son las ilusiones que un hombre despertó en la
mujer también nómada, la mujer que « arrastra/ una maleta,/ llena de
inviernos/ por el andén » (pienso enseguida en el magnífico poema
« la chica de la maleta » de Ángeles Mora) en « Los relojes de
sombra », la mujer que tiene una « sonrisa/ de niña que conoce/ las
no palabras » (bellísimo este conocimiento, esta intimidad corporal e
inteligente con las no palabras). La sombra, oscuro y fiel reflejo de las cosas,
de las palabras y las no palabras, construye un juego de espejos –el
« cielo frágil y rompible » de « El sembrador de
escaramujos » « deja un sombra bajo la sombra de tus pies »- y
se traslada al corazón ofreciéndose al tacto en « Las ventanas de invierno »,
donde un niño « palpa un corazón/ hecho de sombra ».
Libro muy hermoso y profundo, Las ventanas del invierno hará que los
lectores se asomen a un mundo de gran belleza sensorial, de tono meditativo,
inteligente y celebratorio, como los versos finales sobre el la intensa
felicidad de los instantes que valen una vida de « la otra
orilla » :
Es una felicidad sin
historia.
No puede comprenderse.
Solo un instante,
pero vale una vida.
Instantes así, de intensa felicidad,
esperan a los lectores de este libro.
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