Joan de la Vega
365 haikus y un jisey
Rúbrica editorial, 2012
Por José G. Obrero
La poesía de Joan de la Vega (Santa Coloma de
Gramenet, 1975) es una obra paciente, sólida, cuya última estación, de un
itinerario poéticamente muy coherente, son, por ahora, estos 365 haikus y un jisey.
Joan de la Vega profundiza en un recorrido que
inició con La montaña efímera y
continuó con Una luz que viene de fuera, ambos
publicados en Paralelo Sur. La lectura
de estos poemarios, aún siendo trabajos independientes, es interesante puesto
que en ellos se gesta el universo y el lenguaje que germina con exhuberancia en
estos poemas. La montaña efímera
representa una inmensa liberación de energía, en ella predomina la acción
frente al pensamiento, lo físico frente a lo intelectual, simbolizado en ese
abandono de lo urbano y lo que representa. Se trata de un deslumbramiento, una
revelación que conduce a una determinación: entregarse al nuevo mundo. De ahí
que las composiciones contengan larguísimos versos que fluyen como un río
embravecido o “como un pájaro desierto sobrevuela el curso
del agua quebrando los valles sin nombre”. La
montaña efímera se desborda en un torrente de imágenes contenidas en el
poeta, a modo de Big Bang, que crea el
universo y desata la voz rica en recursos de un poeta maduro. El poeta es “valle
incandescente”; es “pájaro”; es el descubridor de una naturaleza “sin nombre”.
Semejante fuerza creativa liberada no puede contenerse en un solo libro y, en Una luz que viene de fuera, De la Vega
continuará describiendo y trabajando en ese universo que no cesa de expandirse,
esta vez, desde una óptica más intelectual o, si se quiere, espiritual. La filosofía oriental,
panteísmo, el budismo, irrumpe en su
poesía redimensionando el amor a la naturaleza, que lo es todo: vida, muerte y
de nuevo vida. Samsara y Las flores del Dharma, las dos partes de
Una luz que viene de fuera, subrayan
lo descrito. Las influencias de la cosmovisión oriental se manifiestan también
en lo formal; los versos de este libro se acortan, son pentasílabos o
heptasílabos encadenándose y adoptando en muchos casos cadencias, ritmos y
temáticas muy próximas al haiku: “(…) todo animal viviente / regresa / para nacer / y morir aquí / en la misma sima
/ sobre una capa de voz / improvisada”.
Los últimos versos de Una luz que viene de fuera anticipan, además, el ciclo eterno de
las vida y de la muerte:
“(…)
la vida es solamente
un borrador de anhelos
una correspondencia
con nadie
sin principio
ni termino
(…)”
Llegamos así a 365
haikus y un jisey, obra que, a mi entender, corona una escalada cuyo ascenso
se inició en los dos libros anteriores. El nuevo ciclo que el poeta describe en
estos haiku, se inicia con una ruptura. El imaginario de estos versos continúa
girando en torno a los temas fundamentales de la poética de De la Vega. 365 son
los días de un año. El jisey, es un poema de despedida. Sin embargo, el primer haiku,
es una paradoja de enorme fuerza: el nacimiento del libro se abre, no con la vida, sino a la muerte:
(1)
Un hombre ha muerto.
Lo acogen sus raíces.
Luto en el aire.
Pero pronto descubrimos que no se trata de una
muerte en el sentido occidental del término: es el fin de un “ciclo anterior” y,
por tanto, del inicio de otro. Este trayecto que comienza y que lleva al poeta
a la naturaleza, nos encontramos con ideas que forman ya parte del lenguaje
propio de la poesía de Joan de la Vega como es su desprecio por lo urbano y por
el hombre, en tanto que creador de artificialidad y sufrimiento:
(4)
Pérfido enjambre
de hombres junto a sus moscas.
Manjar de heces.
Como apunta Antonio
Tello en su artículo sobre la obra de De la Vega, ésta se hunde en la
tradición oriental pero también en la española. Y, sin duda, el sujeto poético nos
devuelve a la tradición greco-latina, a la huida al mundo rural de la poesía
pastoril y bucólica, a “ese amado” que son “las montañas, / los valles solitarios nemorosos / las ínsulas
extrañas / los ríos sonorosos…” de San Juan de la Cruz y, por supuesto, en su
desprecio por lo urbano al peregrino de
las Soledades de Góngora que llega, en su huida de la Corte, a las cosas sencillas,
a la aldea, a lo rústico. Salvo que en el caso de 365 haikus y un jiesy no hay concesiones: el elemento humano es
despreciado con virulencia.
Este “desprendimiento” social y cultural es
traumático y conduce a la soledad,
(6)
Oigo el gorjeo
de un pájaro abatido.
Rudo destierro.
Con la soledad irrumpen sentimientos de profunda angustia
que hacen reflexionar sobre la muerte.
(15)
Negros cipreses
nos dan la bienvenida.
Moran en paz.
“Negros cipreses”, que no dejan de ser naturaleza
que da la bienvenida al sujeto poético, que “moran en paz” porque no hay
“civilización” alguna que los perturbe alrededor.
Sin lugar a duda, uno de los hitos de 365 haikus y un jisey es el siguiente:
(46)
No hay vuelta atrás.
Cumbres resplandecientes,
valle de a pie.
En él, De la Vega vuelve a su reafirmarse en su
poética: la respuesta está en el medio natural, en las montañas y los valles
(sin nombre). Los valles son el camino a transitar, donde irán apareciendo “sin
nombre” todos los elementos y símbolos que el poeta debe escribir sin que medie
una contaminación cultural previa con voz propia .
En estos haiku se va a incidir en las revelaciones
que este orden natural nos ofrece, pero, también a la “naturalidad” entendido
como el fluir sincero y puro de la vida:
(61)
Entro en el bosque.
Ensimismada aguarda
una obra de arte.
Paralelamente y conforme el recorrido avanza, el
poeta se reafirma en la decisión de romper con el ciclo anterior representada
en la ciudad:
(78)
¡Cuánto lamento!
Hoja gris de ciudad,
sin vid te piensas.
A lo largo del poemario hay varias reflexiones, claves
en el poemario, de por qué los haikus como puede ser, en este caso, exorcizar el mal:
(166)
Del horizonte,
el peor de los venenos.
Brota un haiku.
También, nos indica, el haiku es la unidad
del todo, el “arkhé” griego o también,
en la línea de la poesía juanramoniana, una
visión panteísta, es decir, un solo haiku puede contener universo, cosmos,
naturaleza, vida.
(252)
A cielo abierto
palpita un sueño verde.
Sólo un haiku.
Conforme nos acercamos al final del ciclo que nos
proponen estos 365 haikus y un jisey, al
poeta le asaltan las dudas, quizás porque en este nuevo fin que se acerca,
puede ser definitivo o bien, por el cansancio del propio sujeto, de ahí una
mirada insistente y, a veces, nostálgica, del tiempo pasado, de un pasado
remoto: la niñez.
(273)
Contra mi frente
las arenas del tiempo,
batido de olas.
Hay un haiku, sin embargo, que concentra en sus tres
moras, una tremenda carga dramática, un profundo desgarro:
(311)
A ras de suelo
el olor de la cima
subraya el grito
Nos habla del esfuerzo inhumano que supone alcanzar
una “más alta vida”, o como diría Juan Ramón Jiménez, el “yo” de mañana, el
mejor “yo”. “La cima”, símbolo del deseo de perfección, de las aspiraciones
espirituales del poeta, vista “a ras de suelo”, olfateada con nariz de cansado
por el montañero que viene de otros
ciclos, de escalar “montañas efímeras”.
El último haiku reafirma las ideas del esfuerzo para
elevarse (“cincel”) y de eternidad:
(365)
Nada es finito.
Apagado el cincel
todo es haiku
Finalmente, si el inicio es la muerte, el final, el
jisey es un canto a optimismo. A pesar de todo el dolor, el trauma, la ruptura
y el sacrificio, todo vale la pena, el ciclo continúa con sus soles y lunas, y
la belleza, la vida esperada, aparece recorriendo los valles sin nombre,
encendiéndose con el vuelo en llamas de las libélulas, o de los pájaros mudos.
En definitiva, 365 haikus y un jisey, culmina, “hace
cima” en el trayecto de una poética labrada, “cincelada” con esfuerzo a lo
largo de años de trabajo. Joan de la Vega bucea en tradiciones, a priori tan
diferentes, como la oriental y la occidental y consigue hibridarlas dando lugar
a una propuesta original, única, en el panorama poético actual en este país. Su
voz en este libro es una voz madura, capaz hacer sentir al lector que hay
sencillez y naturalidad en la lectura de unos versos elevados y ricos como una
cumbre en el techo del mundo.
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