Zonas comunes
Visor, 2011
Por Elvira Ramos
No
me gustan los premios literarios, nunca adquiero un libro porque haya recibido
uno, pero he de reconocer que el Premio Tiflos 2011 de Poesía me gusta mucho, muchísimo, y además, me quita
el sueño si lo releo alguna noche.
Confirmo que no soy la única a la que desplaza a otra realidad que la mantiene
lúcida y dispuesta a un discurso crítico tan olvidado en estos tiempos y tan
íntimamente necesario, ahora que es complicado publicar el malestar y que sea
original, sólo de uno.
No hay un solo verso que no me guste, luego, a
parte y por encima de todos, están los que me apasionan, los pequeños detalles,
los espacios comunes del libro que, a pesar de su división en dos secciones, me
alimenta por igual desde el principio hasta el final.
Es de justicia, tanto para La Guzmán, así, con
artículo y mayúsculas, como pasan a llamarse los grandes de la escena teatral,
La Xirgú, La Espert, La Portillo, etc, como para esa España que ya nos
recordaba Blas de Otero, hacer hincapié en el compromiso social y político, a
la vez que ético y estético, de este libro.
Es la reactualización del
concepto de vigencia del dolor de España, de que hay cosas en este país nuestro
que nunca cambian, que siempre terminan saliendo a la luz, por mucho que nos
pese, que es más que probable que formen parte de nuestra idiosincrasia como
pueblo, que tanto y tanto nos duelen.
Los tiempos pasados nunca fueron mejores, pero
tengo la sensación con este libro que el problema es que dependiendo de en qué,
no hemos tenido tiempos pasados. Somos atemporales en miseria, penas y faltas
de respeto, en explotación de almas y prostitución de cuerpos.
Palabras duras, pero justificadas tras la
lectura número siete de estas páginas, una por cada día de la semana, con el
fin de, ilusa de mí, esperar que mi percepción del mundo a través de las
palabras de Almudena Guzmán hubiera cambiado algo de un día para otro.
Pero no, ya se encarga la autora de hacer que
cada lectura parezca diferente, y hiera sin embargo, tanto como la primera que
de Zonas Comunes se realiza.
Me atrevo a llamar humanista a Guzmán, no solo
por sus alegatos contra la injusticia y la deshora, sino por la riqueza referencial
de la que hace alarde, con todo derecho. Referencias que reivindican una
formación cultural completa, de las que ahora ya no se reciben. Una búsqueda de
la complementariedad de las diferentes disciplinas que conforman el objeto de
estudio del mundo de las letras, “enviar currículos griegos/ a los fenicios”,
ahí es nada. Dos “istmos” en uno, no hay mayor realismo que este culturalismo
solo accesible para unos pocos, que ella deja ahí, como si se tratase de una
proclama populista.
Pero no se conforma Almudena Guzmán con recordarnos
que somos seres sociales. Si algo tiene
la poesía que nos regala y lanza como puñales voladores y que siempre hiere
donde más daño hace, es que nos recuerda continuamente que la sociedad está
formada por individuos, y que por tanto, los dolores generales están compuestos
de los individuales. De ahí que no sea extraño que, por medio de lo que vemos a
través del cristal del mundo, encontremos lo que realmente está pasando en
nuestro interior, la tristeza de que el tiempo pasa para todos, que todos hemos
pensado alguna vez qué hubiera pasado si en lugar de… hubiéramos…
Nos plantea una realidad que no porque nos la
vendan de colores, tiene que desconocer que todo gira en torno al blanco y el
negro, además, tiene por costumbre, como ya hizo en Usted, ser tan jodidamente descarada, descarnada, aguda, lúcida,
irónica, dulce e inteligente, que en Zonas Comunes nos habla del futuro en
pretérito imperfecto, y nosotros vamos, y seguimos como si no pasara nada.
Mientras su poesía siga manteniendo el verbo escribir
en gerundio, yo, le concedo el permiso que ya le otorgué a Calderón, cuando me
dijo que espabilara, que los sueños que tenía no eran sino la consecuencia de
tomar los genéricos de Tranquimazin y Prozak.
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