lunes, 11 de marzo de 2013

¿EL LENGUAJE COMO REPRESENTACIÓN DEL MUNDO O COMO SIGNO VACÍO? "LAS PALABRAS ACOSTUMBRADAS" DE LOLA CRESPO RODRÍGUEZ




Lola Crespo Rodríguez
Las palabras acostumbradas
Guadalturia , 2012.

Por Ana Isabel Alvea

Si yo nombro, me nombro o te nombro, ¿qué estoy manifestando en realidad? ¿A quién? Y si, por ejemplo, digo “amor”, ¿a qué me estoy refiriendo? ¿Las palabras ayudan a comunicarse, a comprender la realidad, es una representación de la misma o nos difumina en un fondo de espejismos? Esta interrogación sobre el lenguaje atraviesa el poemario de la poeta sevillana Lola Crespo, quien en su introducción alude a la frase del filósofo y lingüista Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi propio mundo”. Al leer la cita, me acordé de mi amigo Venancio, profesor de filosofía en secundaria, quien defiende con tenacidad ante sus alumnos que la riqueza de vocabulario amplía nuestra percepción y conocimiento de la realidad, ofrece múltiples matices de la misma. También intenta sembrar -y espero que con buena fortuna-  la curiosidad por el conocimiento, para así agrandar nuestro horizonte, enriquecernos, crearnos y recrearnos.

Para un poeta, o para cualquier escritor, el lenguaje es su herramienta de expresión: busca y explora con el lenguaje, pero también advierte los límites del mismo. El lenguaje puede resultarle insuficiente, tal como pensaban ya los simbolistas: las vivencias eran inefables y el mundo o la vida superaban con creces al lenguaje. Este actúa como el vértice de un iceberg, de una realidad difícil de abarcar y transmitir en su inmensidad.

Para poder hablar sobre nuestras vivencias y sobre el mundo está el lenguaje poético, delicadamente manejado por Lola. Un lenguaje considerado más pleno e intenso que la prosa. La poesía no se caracteriza, tal como decía en el siglo XVII Francisco de Cascales en sus Tablas Poéticas, por tener un estilo suave y florido. La retórica, las figuras literarias, los recurso del lenguaje no se destinan a decorar o embellecer, sino a lograr la máxima expresividad, acentúan el carácter connotativo       -afectivo o emotivo- de lo que quiero decir y comunicar. La metáfora, por ejemplo, ya referida en Aristóteles su capacidad de descubrir semejanzas, es considerada por Paul Ricoeur, en “La metáfora viva”, como heurística, pues aporta conocimiento, y además un conocimiento mayor que la simple información; al igual que la imagen o el símbolo: evoca, sugiere, mueve sensaciones, crea emociones; por supuesto, también de mayor ambigüedad, a cada uno le evocará algo diferente. Los autores (Marcel Cohen, ad ex.) coinciden en caracterizar el lenguaje lírico como motivado, connotativo, sintético, sobresignificativo, intenso y condensado.

La idea que Lola Crespo parece defender en sus primeros poemas es la íntima unión y correspondencia entre la propia vida y el lenguaje, es decir, el lenguaje como sincero decir y como representación de una vida consciente y profunda que busca su centro en su belleza, en su dolor, en sus misterios, y lo que es más importante, vivir y habitar la palabra; son palabras de Lola que subrayo, es decir, que la palabra que pronunciemos no se convierta en un vocablo inerte y vacío.

Romper la rutina de las palabras aconseja en su poema “Isla Decepción II”. Creo que cuando Lola se niega a las palabras acostumbradas apuesta más por inventar, crear, al estilo de Huidobro, un lenguaje nuevo para una realidad/sociedad distinta a la que existe y que expresamente rechaza, nacer a un idioma blanco,/ sin prisas/ a una marca no registrada, nos dirá en su poema Idioma blanco.

En el poema “En el principio”, vuelve a retomar el lenguaje: al principio era la metáfora, pero parece que con el tiempo los vocablos pierden su significado y desorientan. Ella los define como jardín inconcluso y como laberinto; entonces solo queda el silencio, pero ese silencio puede tener un poder sumamente significativo, incluso decir más que la palabra, puede ser el resultado de vivir más allá de, es el silencio de su poema “Por la piel del tiempo”.[1]

En su poema “Asfixia”, creo que la autora se percata de que con el lenguaje no es suficiente, que hay que amar con los actos, con la piel, sin eslóganes ni fórmulas, sin palabras, como decía anteriormente, más allá del lenguaje.
El libro está dividido en dos capítulos. En el capítulo I, “policromías espontáneas”, encontramos muchos poemas sobre el tema tratado del lenguaje, también hay bellos e intensos poemas amorosos de hermosas imágenes, con los que degustas la belleza del lenguaje, así “De ceniza”: Ella tenía párpados de ceniza/ y odiaba las jaulas. / A veces, se parecía al Vesubio. / También era una isla.

La lectura de este primer capítulo te transmite un optimismo y una vitalidad que va in crescendo,  supone un canto a la vida, reconforta e impulsa y lo sentimos en poemas como “Vivir”, “Creo luego soy”, “Un grano de arena”. Son poemas que me parecen precisos en los negros tiempos que corren, necesario defender la utopía, como en su  “Un grano de arena”, y creer en lo inverosímil.

            Consigue decir mucho en pocas palabras con un simple juego o giro final en su poema “Aunque la calma”: No perder la calma, aunque el vendaval. /  No perder la calma aunque el vendaval. / No perder el vendaval, aunque la calma. La metáfora del vendaval puede referirse a la fuerza, la pasión o el ímpetu, incluso a la rebelión, pero no a la violencia, la cual rechazará en “De la piel de la tormenta”.

La naturaleza está muy presente en su escritura y la misma autora ha manifestado que interviene como metáfora de la vida.  A mí me ha transmitido su belleza y vitalismo, me ha sugerido lo esencial, primordial, el origen. Mario Barranco, quien ha redactado el prólogo, resalta el paisajismo literario de los versos de Lola, en ellos defiende espacios marginados por los intereses económicos y geoestratégicos.  Lo cierto es que hay una mirada crítica a nuestra sociedad en la segunda parte del libro y parece que ofrece la naturaleza como alternativa, como ejemplo o respuesta.
         
         En el segundo capítulo, “En la esquina de los días”, encontramos una mirada más crítica  a nuestra sociedad y realidad y a nuestra actitud frente a ella: la resignación, el conformismo, la indiferencia, el despilfarro, la guerra, la desigualdad entre países, las fronteras levantadas y sus muros, las noticias de actualidad y su tratamiento sensacionalista por los informativos. Una mirada en poemas que retratan la dura actualidad, poemas narrativos que denuncian el triste presente, como “Hora de cristales, tiempo de vidrios”, un texto lúcido, ágil en el uso de los eslóganes publicitarios de los bancos para desenmascarar la mentira que suponen, cuya protagonista es una vagabunda sin hogar; o bien, “El desacorde de los tiempos”, con la crisis y su escandaloso desempleo; o el desasosiego de   “Un 806 es la respuesta”, “Una niña en una guerra”, “Si no sangran los árboles”. Poemas inquietantes y también  inevitables, pues ningún artista o escritor puede ser una isla ajena a lo que está cayendo. Este segundo capítulo muestra su desacuerdo con la sociedad y también me parecen necesarios versos que procuran despertar y zamarrear al lector.

          Lola se pregunta por el lenguaje a la vez que lo trabaja para expresarse con bellas metáforas e imágenes, con juegos de palabras,  también con la ironía. A veces, en poemas breves e intensos; otras, en poemas arquitectónicamente levantados, con la estructura rítmica precisa -ritmo que alcanza con los paralelismos, anáforas, enumeraciones- creando un edificio de palabras, cuyo conjunto se destina a transmitir y enfatizar su contenido o sentido. El juego de intertextualidad también es un recurso muy usado por la autora, un estimulante diálogo creado entre sus lecturas y su escritura. El ejemplo más claro es “Tiempo”, el último poema, pero la intertextualidad cruza horizontalmente el libro.

Al principio comentábamos que Lola Crespo reclama con sus versos un lenguaje que plante batalla a las palabras acostumbradas, y tal vez para ello sirva la poesía, para crear un nuevo lenguaje que muestre un nuevo mundo, o para intentar sondear en ese mundo vasto e inefable, procurar abarcarlo lo más certeramente posible, en nuestra constante búsqueda de la palabra -o imagen- exacta.



[1]  “Por la piel del tiempo” es un poema dulce y delicado en el que el silencio parece referirse al paso del tiempo, a los recuerdos, la vida pasada, el tiempo huido y que hace expresa referencia a la infancia perdida.

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