Lola Crespo Rodríguez
Las palabras acostumbradas
Guadalturia , 2012.
Por Ana Isabel Alvea
Si yo nombro, me nombro o te
nombro, ¿qué estoy manifestando en realidad? ¿A quién? Y si, por ejemplo, digo
“amor”, ¿a qué me estoy refiriendo? ¿Las palabras ayudan a comunicarse, a
comprender la realidad, es una representación de la misma o nos difumina en un
fondo de espejismos? Esta interrogación sobre el lenguaje atraviesa el poemario
de la poeta sevillana Lola Crespo, quien en su introducción alude a la frase
del filósofo y lingüista Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los
límites de mi propio mundo”. Al leer la cita, me acordé de mi amigo Venancio,
profesor de filosofía en secundaria, quien defiende con tenacidad ante sus alumnos
que la riqueza de vocabulario amplía nuestra percepción y conocimiento de la
realidad, ofrece múltiples matices de la misma. También intenta sembrar -y
espero que con buena fortuna- la
curiosidad por el conocimiento, para así agrandar nuestro horizonte,
enriquecernos, crearnos y recrearnos.
Para un poeta, o para cualquier
escritor, el lenguaje es su herramienta de expresión: busca y explora con el
lenguaje, pero también advierte los límites del mismo. El lenguaje puede
resultarle insuficiente, tal como pensaban ya los simbolistas: las vivencias
eran inefables y el mundo o la vida superaban con creces al lenguaje. Este
actúa como el vértice de un iceberg, de una realidad difícil de abarcar y
transmitir en su inmensidad.
Para poder hablar sobre nuestras
vivencias y sobre el mundo está el lenguaje poético, delicadamente manejado por
Lola. Un lenguaje considerado más pleno e intenso que la prosa. La poesía no se
caracteriza, tal como decía en el siglo XVII Francisco de Cascales en sus Tablas Poéticas, por tener un estilo suave y florido. La retórica, las figuras
literarias, los recurso del lenguaje no se destinan a decorar o embellecer,
sino a lograr la máxima expresividad, acentúan el carácter connotativo -afectivo o emotivo- de lo que quiero decir
y comunicar. La metáfora, por ejemplo, ya referida en Aristóteles su capacidad
de descubrir semejanzas, es considerada por Paul Ricoeur, en “La metáfora viva”,
como heurística, pues aporta conocimiento, y además un conocimiento mayor que
la simple información; al igual que la imagen o el símbolo: evoca, sugiere,
mueve sensaciones, crea emociones; por supuesto, también de mayor ambigüedad, a
cada uno le evocará algo diferente. Los autores (Marcel Cohen, ad ex.) coinciden en caracterizar el
lenguaje lírico como motivado, connotativo, sintético, sobresignificativo,
intenso y condensado.
La idea que Lola Crespo parece
defender en sus primeros poemas es la íntima unión y correspondencia entre la
propia vida y el lenguaje, es decir, el lenguaje como sincero decir y como
representación de una vida consciente y profunda que busca su centro en su
belleza, en su dolor, en sus misterios, y lo que es más importante, vivir y habitar la palabra; son palabras de Lola que subrayo, es decir, que la
palabra que pronunciemos no se convierta en un vocablo inerte y vacío.
Romper la rutina de las palabras
aconseja en su poema “Isla Decepción II”. Creo que cuando Lola se niega a las
palabras acostumbradas apuesta más por inventar,
crear, al estilo de Huidobro, un
lenguaje nuevo para una realidad/sociedad distinta a la que existe y que
expresamente rechaza, nacer a un idioma
blanco,/ sin prisas/ a una marca no registrada, nos dirá en su poema Idioma blanco.
En el poema “En el principio”,
vuelve a retomar el lenguaje: al principio era la metáfora, pero parece que con
el tiempo los vocablos pierden su significado y desorientan. Ella los define
como jardín inconcluso y como laberinto; entonces solo queda el silencio, pero
ese silencio puede tener un poder sumamente significativo, incluso decir más
que la palabra, puede ser el resultado de vivir más allá de, es el silencio de
su poema “Por la piel del tiempo”.[1]
En su poema “Asfixia”, creo que la
autora se percata de que con el lenguaje no es suficiente, que hay que amar con
los actos, con la piel, sin eslóganes ni fórmulas, sin palabras, como decía
anteriormente, más allá del lenguaje.
El libro está dividido en dos capítulos. En el
capítulo I, “policromías espontáneas”, encontramos muchos poemas sobre el tema
tratado del lenguaje, también hay bellos e intensos poemas amorosos de hermosas
imágenes, con los que degustas la belleza del lenguaje, así “De ceniza”: Ella tenía párpados de ceniza/ y odiaba las
jaulas. / A veces, se parecía al Vesubio. / También era una isla.
La lectura de este primer capítulo
te transmite un optimismo y una vitalidad que va in crescendo, supone un
canto a la vida, reconforta e impulsa y lo sentimos en poemas como “Vivir”, “Creo
luego soy”, “Un grano de arena”. Son poemas que me parecen precisos en los
negros tiempos que corren, necesario defender la utopía, como en su “Un grano de arena”, y creer en lo
inverosímil.
Consigue decir mucho en pocas
palabras con un simple juego o giro final en su poema “Aunque la calma”: No perder la calma, aunque el vendaval.
/ No perder la calma aunque el vendaval.
/ No perder el vendaval, aunque la calma. La metáfora del vendaval puede
referirse a la fuerza, la pasión o el ímpetu, incluso a la rebelión, pero no a
la violencia, la cual rechazará en “De la piel de la tormenta”.
La naturaleza está muy presente en
su escritura y la misma autora ha manifestado que interviene como metáfora de
la vida. A mí me ha transmitido su
belleza y vitalismo, me ha sugerido lo esencial, primordial, el origen. Mario
Barranco, quien ha redactado el prólogo, resalta el paisajismo literario de los
versos de Lola, en ellos defiende espacios marginados por los intereses
económicos y geoestratégicos. Lo cierto
es que hay una mirada crítica a nuestra sociedad en la segunda parte del libro
y parece que ofrece la naturaleza como alternativa, como ejemplo o respuesta.
En el segundo capítulo, “En la esquina de los días”, encontramos una mirada más crítica a nuestra sociedad y realidad y a nuestra actitud frente a ella: la resignación, el conformismo, la indiferencia, el despilfarro, la guerra, la desigualdad entre países, las fronteras levantadas y sus muros, las noticias de actualidad y su tratamiento sensacionalista por los informativos. Una mirada en poemas que retratan la dura actualidad, poemas narrativos que denuncian el triste presente, como “Hora de cristales, tiempo de vidrios”, un texto lúcido, ágil en el uso de los eslóganes publicitarios de los bancos para desenmascarar la mentira que suponen, cuya protagonista es una vagabunda sin hogar; o bien, “El desacorde de los tiempos”, con la crisis y su escandaloso desempleo; o el desasosiego de “Un 806 es la respuesta”, “Una niña en una guerra”, “Si no sangran los árboles”. Poemas inquietantes y también inevitables, pues ningún artista o escritor puede ser una isla ajena a lo que está cayendo. Este segundo capítulo muestra su desacuerdo con la sociedad y también me parecen necesarios versos que procuran despertar y zamarrear al lector.
Lola se pregunta por el lenguaje a la vez que lo
trabaja para expresarse con bellas metáforas e imágenes, con juegos de
palabras, también con la ironía. A veces,
en poemas breves e intensos; otras, en poemas arquitectónicamente levantados,
con la estructura rítmica precisa -ritmo que alcanza con los paralelismos,
anáforas, enumeraciones- creando un edificio de palabras, cuyo conjunto se
destina a transmitir y enfatizar su contenido o sentido. El juego de
intertextualidad también es un recurso muy usado por la autora, un estimulante
diálogo creado entre sus lecturas y su escritura. El ejemplo más claro es “Tiempo”,
el último poema, pero la intertextualidad cruza horizontalmente el libro.
Al principio comentábamos que Lola
Crespo reclama con sus versos un lenguaje que plante batalla a las palabras
acostumbradas, y tal vez para ello sirva la poesía, para crear un nuevo lenguaje
que muestre un nuevo mundo, o para intentar sondear en ese mundo vasto e
inefable, procurar abarcarlo lo más certeramente posible, en nuestra constante
búsqueda de la palabra -o imagen- exacta.
[1] “Por la piel del tiempo” es un poema dulce y
delicado en el que el silencio parece referirse al paso del tiempo, a los
recuerdos, la vida pasada, el tiempo huido y que hace expresa referencia a la
infancia perdida.
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