Y se llamaban Mahmud y Ayaz
José Manuel
Lucía Megías
Amargord
ediciones, (Colmenar Viejo, Madrid) 2012
La consecución de los
derechos individuales en Occidente ha implicado, en parte, un cierto
conformismo economicista y acomodo cobarde hacia otras realidades y, por tanto,
el abandono de unas reivindicaciones más humanistas y universales. Además, a
menudo las naciones occidentales han mandado señales del todo contradictorias haciendo
prevalecer sus intereses geopolíticos y económicos, especialmente en relación
al tercer mundo o al gigante chino, por encima de los valores éticos que dicen
defender. La historia es conocida: democracias que han asumido para sus
ciudadanos derechos como las libertades civiles, no las han tolerado en países
que consideraban bajo su campo de influencia (no hace falta recordar aquí la
política de EEUU en relación a Latinoamérica o de Francia hacia sus excolonias
africanas). En este contexto, que los grandes aliados de Occidente en el mundo
árabe sean monarquías como la saudí, régimen equiparable a cualquier dictadura,
que promueve una visión anquilosada y reduccionista del Islam, resulta ser un
mensaje muy negativo para los individuos y los pueblos del mundo entero que
están luchando por sus libertades.
Por otro lado, de igual
manera como ocurría en los tiempos en que la Santísima Inquisición impartía
justicia en los países de la cristiandad latina, aplicando la pena capital como
forma de eliminación de elementos socialmente extraños y, por tanto, con el fin
de conseguir una homogeneización ideológica y religiosa casi total, la pena de
muerte se sigue usando en numerosos países no sólo como arma política sino
también como forma de control social.
Así, la noticia de la
ejecución de dos menores de edad en 2005, en Irán, acusados de haber violado a
otro menor y de haber tenido ellos mismos comportamientos homosexuales, da pie
a José Manuel Lucía Megías para escribir Y
se llamaban Mahmund y Ayaz no solo como denuncia de aquellos hechos sino sobre
todo como asunción de nuestra propia culpabilidad por el silencio que, en
demasiadas ocasiones, mantenemos en torno a los derechos humanos en el mundo
entero.
De esta manera, a la
ignominia y a la farsa jurídica iraní, el poeta añade:
Y por encima de todo
fue también necesario nuestro silencio.
Y no se limita a nombrar
a los muchachos vilmente ahorcados, -nombrarlos una y otra vez, como se invocan
a los héroes o a los dioses-, ante la satisfacción de una multitud de
exaltados, sino que les da voz; y el libro se llena, frente a la barbarie más
absoluta, frente a la mentira inventada por las autoridades, de la verdadera
mansedumbre de un amor que los resucita en lo eterno:
Morir por amarnos.
Morir por aquello que nos dio la vida.
Y la poesía contenida en
el libro de Lucía Megías se crece incorporando, además, informaciones por todos
conocidas y que podríamos entresacar de las secciones de internacional de todos
los periódicos. Así aparece el presidente Ahmadineyad dirigiéndose a los
estudiantes de una universidad norteamericana y diciéndoles que en su país no
existen homosexuales; también se menciona su política de amenazas y/o de
enriquecimiento de uranio, temas que surgen como el gran juego de despiste y
confusión promovido por un régimen totalitario, teocrático y arrogante, que
proporciona las coartadas perfectas a las naciones occidentales para que
desvíen su atención sobre la complejidad y el verdadero sufrimiento del pueblo
iraní.
Lucía Megías construye
sus poemas unas veces como oraciones, creando en la repetición de ciertas
frases los mantras que irán
penetrando en nuestras conciencias y que nos despertarán a una terrible realidad;
otras veces como crónicas contra la ignorancia y el silencio cómplices,
crónicas que escarban en lo no evidente, que sobrevuelan la sucesión de
acontecimientos -que nos impiden entender el mundo global debido, en gran
medida, a la excesiva acumulación de noticias locales e informaciones parciales-
como el esfuerzo por despertar del sopor etnocéntrico en el que vivimos, donde
el confort es liberador y arrogante, y el conformismo es desconocimiento y abandono
de la causa por la libertad en el mundo entero; finalmente, otra parte de los
poemas se adentran en la temática amorosa asumiendo una tradición literaria
universal -de la que podríamos poner cientos de ejemplos: desde la literatura
trovadoresca occidental hasta la persa clásica-, donde la sublimación del amor se
realiza superando la corporeidad de la vida misma:
Me podrán quitar la vida, arrancármela.
Pero nunca este amor que ahora siento.
Por último, el poeta escribe
desde el compromiso por lo humano, no desde el adoctrinamiento ni desde la
intencionalidad de un lobby (acusación
que a veces algunos grupos conservadores han lanzado contra los intelectuales
homosexuales, como si la consecución de los derechos individuales fuera una
cuestión que solo afecta o beneficia a una parte de la población), sino desde
la emoción personal transmitida en versos llenos de razón y sensibilidad. Y se llamaban Mahmud y Ayaz surge así
como una obra no solo llena de valores y compromisos, no solo llena de
conciencia y de amor hacia los dos muchachos ajusticiados, sino también como
poesía escrita desde la libertad personal y estilística de un creador genuino
que hace de la autocrítica resistencia y comprensión de la complejidad humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario