EL
ABANDONO DE LA ADOLESCENCIA
Laura Rosal
También
mis ojos
Cangrejo Pistolero Ediciones, 2010
Por María González
Laura
Rosal tuvo apenas veinte años, su cuerpo,
no, tampoco su poesía. Acaba de llegar con un libro lleno de libélulas
azules en la mano, llamado También mis
ojos, e ilustrado por Erika Espinosa, cuyos dibujos apoyan de forma más que
acertada los poemas. Acaba de llegar, y lo ha hecho para quedarse.
En
este primer poemario, deliciosamente editado por Cangrejo Pistolero Ediciones dentro de su colección de Cuadernos
Caníbales, Laura, a partir de ahora L –de su nombre, de libélula-, nos presenta
ya las bases de una poética proyectada hacia el futuro, pero que terriblemente
muestra el cómo ha llegado a ella. Un primer libro es eso, una presentación,
una forma de conectar con ese mundo paralelo a desarrollar del mismo escritor.
Para ello, lo primero que la autora determina (porque si algo tiene este
poemario es firmeza y determinación) es volver al origen, afónica y buscando
respuestas. Dejar caer la vida/ Rogarle que
no duela. Nos declara sus intenciones diciéndonos que nadie llena el vacío,
que ha venido a increparnos y a renegar de lo delicado.
L
ha llegado para tocarnos, para que nos confundamos con los destinatarios de sus
poemas, nos usa como parte de su juego poético, igual que al fuego para augurar
la muerte que da paso a un siguiente nivel. No se asusta de ella, tampoco del
dolor al que embellece, pero también nos avisa del daño que la misma autora nos
puede suponer. Junto a mis tobillos/
Donde se acaricia tu eco/ Y su reflejo hiela, / Duele.
A
L no le asusta morir, le asusta terminarse, y también a su poesía. Crecer es
enmascararse y, en este caso, aprender a escribir lo que hay tras la máscara. Tuve que quitarme el rojo/ de los labios. El
rojo/ de las uñas. El rojo/ de mi dulce estrategia. / Derrotada. Pero
también es olvidar.
L
suena a Patti Smith gritando Horses entre las flores, inhalando el humo de su
propia habitación, de las camas vacías en las que va mudando la piel para
hacerse mujer, para reconocerse a sí misma en el espejo.
L
es y siente como fotógrafa. Eso se nota, y mucho, cuando escribe. Asistimos a
un desfile de fotogramas e imágenes poéticas, donde la luz tiene un lugar de
honor. La luz fabrica cuerpos […] ellos también mueren. En este viaje iniciático
que nos la presenta.
También mis ojos es el resultado de la pena o el pesar de crecer
demasiado rápido, de la nostalgia por hacerlo antes de tiempo. Pero L no es un enfant terrible más, tiene sus propios
códigos, y eso la aparta de este saco. Habla de todas las jaulas y sólo de la
suya propia, escribe la sangre de cada uno de nosotros y usa sólo su plasma. Su
propio pájaro en el pecho. Y grita,
grita, cuando lo cree necesario.
Hay
una frase en el precioso y acertado prólogo de Andrés Neuman que define el
carácter poético de L a la perfección. No
es fácil perseguir a quien se escapa para quedarse quieta. Ni es fácil quedarse
quieto cuando uno mismo se persigue. Y es que ella misma se persigue dentro
de su poemario cuando afirma que La
extranjera/ En la noche oscura/ Sangra luz/ También mis ojos.
Señores,
señoras, bienvenidos al interior de Laura Rosal.
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