lunes, 14 de enero de 2013

El abandono de la adolescencia






EL ABANDONO DE LA ADOLESCENCIA

Laura Rosal
También mis ojos
Cangrejo Pistolero Ediciones, 2010

Por María González

Laura Rosal tuvo apenas veinte años, su cuerpo, no, tampoco su poesía. Acaba de llegar con un libro lleno de libélulas azules en la mano, llamado También mis ojos, e ilustrado por Erika Espinosa, cuyos dibujos apoyan de forma más que acertada los poemas. Acaba de llegar, y lo ha hecho para quedarse. 

En este primer poemario, deliciosamente editado por Cangrejo Pistolero Ediciones dentro de su colección de Cuadernos Caníbales, Laura, a partir de ahora L –de su nombre, de libélula-, nos presenta ya las bases de una poética proyectada hacia el futuro, pero que terriblemente muestra el cómo ha llegado a ella. Un primer libro es eso, una presentación, una forma de conectar con ese mundo paralelo a desarrollar del mismo escritor. Para ello, lo primero que la autora determina (porque si algo tiene este poemario es firmeza y determinación) es volver al origen, afónica y buscando respuestas. Dejar caer la vida/ Rogarle que no duela. Nos declara sus intenciones diciéndonos que nadie llena el vacío, que ha venido a increparnos y a renegar de lo delicado.

L ha llegado para tocarnos, para que nos confundamos con los destinatarios de sus poemas, nos usa como parte de su juego poético, igual que al fuego para augurar la muerte que da paso a un siguiente nivel. No se asusta de ella, tampoco del dolor al que embellece, pero también nos avisa del daño que la misma autora nos puede suponer. Junto a mis tobillos/ Donde se acaricia tu eco/ Y su reflejo hiela, / Duele.

A L no le asusta morir, le asusta terminarse, y también a su poesía. Crecer es enmascararse y, en este caso, aprender a escribir lo que hay tras la máscara. Tuve que quitarme el rojo/ de los labios. El rojo/ de las uñas. El rojo/ de mi dulce estrategia. / Derrotada. Pero también es olvidar.

L suena a Patti Smith gritando Horses entre las flores, inhalando el humo de su propia habitación, de las camas vacías en las que va mudando la piel para hacerse mujer, para reconocerse a sí misma en el espejo.

L es y siente como fotógrafa. Eso se nota, y mucho, cuando escribe. Asistimos a un desfile de fotogramas e imágenes poéticas, donde la luz tiene un lugar de honor. La luz fabrica cuerpos […] ellos también mueren. En este viaje iniciático que nos la presenta.

También mis ojos es el resultado de la pena o el pesar de crecer demasiado rápido, de la nostalgia por hacerlo antes de tiempo. Pero L no es un enfant terrible más, tiene sus propios códigos, y eso la aparta de este saco. Habla de todas las jaulas y sólo de la suya propia, escribe la sangre de cada uno de nosotros y usa sólo su plasma. Su propio pájaro en el pecho. Y grita, grita, cuando lo cree necesario.

Hay una frase en el precioso y acertado prólogo de Andrés Neuman que define el carácter poético de L a la perfección. No es fácil perseguir a quien se escapa para quedarse quieta. Ni es fácil quedarse quieto cuando uno mismo se persigue. Y es que ella misma se persigue dentro de su poemario cuando afirma que La extranjera/ En la noche oscura/ Sangra luz/ También mis ojos.

Señores, señoras, bienvenidos al interior de Laura Rosal. 

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