lunes, 17 de diciembre de 2012

Del mar de Grecia y otras consideraciones…




Blanca Andreu
Los archivos griegos 
Fundación José Manuel Lara, col. Vandalia, 2010.


Eduardo Chivite Tortosa
Profesor de Literatura Dramática de la
Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla.


            Desde el título, la portada y diversos paratextos, la última obra de Blanca Andreu, publicada en febrero de este año por la Fundación José Manuel Lara en la colección Vandalia (que va por su 2ª edición desde abril del mismo año), respira, en principio, un aire clasicista que autores como Juan Antonio González Iglesias y Aurora Luque, entre otros, han elevado en las últimas décadas a la categoría de tendencia o línea poética, que, si hubiese que llamar de algún modo, permítaseme el término de “grecismo”. No obstante, según avanza uno en la lectura, entendemos por qué Blanca Andreu dice aquello de “Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí”. En este libro se funden Praxímanes, la Argólida, la Acrópolis, Aquiles, y los cipreses, que emocionalmente se me antojan como aquellos pinos horacianos del Ponto, con el Cantar del Mio Cid, Irak, William Shakespeare, Rainer María Rilke y su “territorio de la infancia”, Baudelaire, o el mismísimo Rubén Darío.
 La Grecia de Blanca Andreu, o mejor dicho, sus “archivos griegos” son la Grecia y los archivos de la literatura, de las lecturas y relecturas de un poeta ya maduro. En estos poemas encontramos ecos de Horacio, iconografías medievales, delicadezas de églogas renacentistas… Genéricamente hablando, su ADN se combina de odas horacianas y epigramas al mar, confundidos en su contemporaneidad con tintas orientales (como ejemplo, el poema: “En la noche / recitas / mar / escucho”); o canciones que no son pindáricas, pero traen consigo un tono decadentista y el recuerdo formal de la canción juanramoniana (“cuéntaselo a la sombra / díselo a los naufragios / habla con Baudelaire / […] pequeña isla de cabellos de agua”).
            Los dioses griegos en esta Grecia metafísica y literaria perduran humanizados en el corazón del poeta: “Una vieja leyenda sostiene que son ellos los dioses antiguos / que se negaron a partir de Grecia / cuando fueron vencidos antaño / que el luminoso Zeus Olímpico y la justa Atenea alada / prefirieron ser perros atenienses / antes que dioses bárbaros / bebedores de sangre”. Otras referencias geográficas, filosóficas (“como el agua de Heráclito”) y mitológicas (“más viejo / que mi señor Apolo / y más hermoso”) salpican la lectura aquí y allí, abocando sentimentalmente a la Grecia de cada lector: “¿Y qué pasa con los notarios? ¿Tienen sus Grecias escondidas / entre pilas de legajos como un blanco secreto azul? / ¿Tienen sus Grecias los franceses?”.  En la Grecia de Blanca Andreu tiene cabida Babel, el Faraón, el negro Billy entre lo salmódico y la música negra, “un pastor de Garcilaso”, ciervos celestes y gacelas blancas (las leyendas artúricas, el Cantar de los cantares, la mística de San Juan), un cisne oscuro, y  siempre, omnipresente, el mar.
            El poemario se estructura en siete partes de tamaño diverso, donde actuando como inscripciones en un frontispicio, las preside una cita de autores de la tradición literaria más amplia, cita que da el tono, los motivos, las imágenes, y hasta justifica ocasionalmente la forma de los poemas que antecede. La primera parte, homónima al libro, la encabeza una cita de Odisseas Elytis, renovador de la literatura griega en el s.XX: “La Grecia que con firmeza pisa el mar”. Opus Nigrum y Dos poemas del monasterio de la luz, los tutela un pareado del Cantar del Mio Cid, donde se incluye desde mi humilde opinión uno de los mejores poemas bajo el epígrafe <<El amante pide al amado reconocimiento>>, que sabe a las eróticas de Ovidio desde el título, a Kavafis y al tema del amor entre iguales (“me dijeron que no / y eres hermoso hasta la grandeza”). Pazo de las golondrinas cae bajo la pluma de otro gran clasicista, Rainer María Rilke, versos como “Miro por la ventana de mi infancia”, “y también hay mañanas que saben / a septiembre / como las uvas”, adornan esta parte del libro con extremo acierto. Marinas, cómo no, va de la mano de Baudelaire (“El mar es el espejo donde tu alma se mira”); los pequeños poemas sobre el mar que gobiernan esta parte son quizás el clímax lírico del poemario. Del otro reino lo cierra con una cita de Rubén Darío que parece responder a la anterior: “El alma simple de la bestia es pura”.
Las referencias metapoéticas destacan poderosamente, no solo en los cotextos literarios (las citas) o referencias a autores concretos dentro del poema, sino también en alusiones más sutiles. Así, en el primero de ellos, siguiendo la costumbre típica en la poesía grecorromana y barroca a la hora de encomendar un libro de poesía a los dioses o a las musas, dice: “Que sea alado mi poema / y no volátil”. E igualmente otros versos, que parecieran querer llamar nuestra atención sobre el discurso propiamente literario, donde quizá se dibuje grácilmente la verdad bajo este peplo con que Blanca Andreu se nos ofrece: “Sus olas eran luces y poemas / y páginas y sueños / y canciones”; “como un golpe de luna / suena tu canto”; “Mientras tú, Aquiles, lloras tu misterios / yo cantaré lo que más amo”; “cantas / estrofas de agua / recitas islas / y declamas rocas”; “eso mismo / que cantas / eso mismo / dice mi corazón / ola tras ola”.

Esta reseña apareció originalmente en Poesía & Gráfica en 2010.

1 comentario:

Blanca Andreu dijo...

Gracias por esta reseña que leo ahora por primera vez y que me parece tan generosa.