Sara Herrera Peralta
Hay una araña en mi clavícula
La Garúa, 2012
Por Carmen Rocamora
Inventar arañas no es cosa fácil.
Se debe tener tiempo
y una cabeza llena de bichos,
luego hay que ser paciente.
Sara
Herrera Peralta.
Hay
una araña en mi clavícula se
vuelve un cuaderno de recuerdos desde el momento en que caemos en la telaraña
de versos en que Sara Herrera Peralta
nos atrapa, una telaraña embudo que conduce a través de imágenes de su familia,
de la familia de todos al fin y al cabo y de la vida de ahora y de antes, pues
quizá es esta generación de ahora la que más se va a parecer a la de sus
abuelos.
Pasar de página ha sido un escorzo de
pecho tras otro, una línea serpentinata que no ha logrado evitar del todo
clavar versos muy hondo. Así, sin dejar indiferente ni al más reacio Sara nos hace volver a lo sencillo,
todos tenemos unas raíces guardadas en un lugar más o menos recóndito que la
autora prácticamente obliga a desempolvar.
Los pilares de referencia sobre los que
se apoya la autora son la escritora Simone
de Beauvoir (más escritora que esposa) y la escultora Louise Bourgeois quien gestó las famosas esculturas de arañas
colosales; partiendo de estos epicentros nos aclimatamos para comenzar a
balancearnos en la telaraña que nos presenta la autora sirviéndose de la
palabra como un don otorgado por dioses, retando a la misma Aracne.
A veces los poetas necesitan dejar a un
lado “sexo, drogas y rock & roll” y regresar a lo puro, lo común y
sencillo, a lo pequeño. Quizá el centro del seísmo de este poemario sea la
figura de los abuelos tratados con esa ternura actual y cercana, abuelos
siempre sabios, conscientes, transmisores de la sabiduría como una fuerza que
por convección jamás se destruye; figuras clave para caminar por un presente
con vistas a un futuro muy del pasado.
Sara
con la protección de la araña, “Construiré
una fuerza en la que me refugiaré para siempre” (Simone de Beauvoir), va
rescatando valores, haciendo que cada coma sea una pausa para repostar: tragar
saliva-pestañear y seguir leyendo.
Una
araña paciente y silenciosa,
vi en el pequeño promontorio en que
sola se hallaba,
vi cómo para explorar el vasto
espacio vacío circundante,
lanzaba, uno tras otro, filamentos,
filamentos, filamentos de sí misma.
vi en el pequeño promontorio en que
sola se hallaba,
vi cómo para explorar el vasto
espacio vacío circundante,
lanzaba, uno tras otro, filamentos,
filamentos, filamentos de sí misma.
Walt
Whitman.
La conclusión al finalizar es la toma
de conciencia al fin y al cabo de la enfermedad del tiempo, de la vida; de
la-enfermedad-de-la-vida, la vida como una enfermedad más o menos grave en la
que coleccionamos síntomas, viajes, añoranzas, ternura…que quedan reflejados en
las páginas de Hay una araña en mi
clavícula.
Es alzar las manos
el primer paso,
sentirnos enfermos
ante la enfermedad.
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