Juan Carlos Mestre
La bicicleta el panadero
Calambur, 2012
Por Francisco Onieva
“Extraordinario”
es, según el DRAE, “fuera del orden o regla natural o común”. La bicicleta del panadero, el último y
ambicioso libro de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957), lo es no
solo por lo inusual de un poemario de casi 500 páginas y 297 poemas compuestos
en versículo o en prosa y concebidos como un todo unitario tanto temática como
rítmicamente, sino también por la maestría con la que el autor solventa el reto
de mantener el tono y la intensidad de semejante propósito. Estamos, por tanto,
ante una poesía de largo aliento, motivada, en primera instancia, por el
reciente fallecimiento de su padre, el panadero de Villafranca del Bierzo. Sin
embargo, aunque el poeta no oculta el tono elegíaco de muchos poemas, va mucho
más allá del simple lamento y consigue convertir al padre muerto en símbolo del
hombre que trabaja y sufre la opresión indiferente de los poderosos, con lo que
las circunstancias vitales y los presupuestos ideológicos se encuentran en un
ámbito fértil, capaz de generar una obra auténtica e imprescindible, construida
a partir de la imagen que le da título y que, según el propio autor, “es la
metáfora de la realidad de nuestra casa. Aquel panadero que era mi padre no
tenía furgoneta, sino una bicicleta que era la imagen de la utilidad, la
posibilidad de llegar hasta donde la gente estaba esperando el pan”.
En
este sentido, su poesía, que asume la tradición desde la vanguardia, es un acto
de desobediencia ética y estética frente a la injusticia y a la mediocridad del
mundo en que vivimos. Semejante componente ético es, además de legítimo, irrenunciable,
y nace de la capacidad para escuchar al otro, que ha de ser, necesariamente, el
derrotado, aquel que no ha tenido voz. Con todo, el poeta leonés, que descree
de cualquier dogmatismo y deslegitima cualquier pensamiento totalitario y
excluyente, parte de la dificultad de definir tanto el mundo como la verdad,
siendo consciente de que solo podemos aproximarnos a ellos a tientas y de modo impreciso,
y construye con precisión una poesía ética que se reivindica a sí misma como
instrumento para mirar más allá de la realidad y buscar los principios motrices
de universo, pero, eso sí, sin perder de vista el fragmento de existencia en
que se está enraizado y que, para ser entendido, debe ser revisado a través de
la memoria y la mirada al pasado.
En
coherencia con esta definición de la realidad y la verdad como inabarcables, y
con la intención de reflejar el carácter poliédrico de ambas, evita que sea una
única voz la que sostenga todo el libro, apostando por una multiplicidad de
personajes articulados en una singular y armónica polifonía, y plantea tanto una
ruptura de la sintaxis previsible como el descubrimiento de nuevas
potencialidades semánticas de un lenguaje desgastado y manoseado. Para ello
confía en la metáfora como instrumento privilegiado para nombrar el mundo de un
modo nuevo, capaz de revelar lo que no es visible –con lo que la poesía es, en
cierta medida, el acto fundacional de una realidad más justa y solidaria- y de
hurgar en la conciencia de los lectores, en virtud de unas asociaciones
imprevistas, invitándolos a la reflexión. Así, todo el poemario irradia un tono
visionario, sustentado en poderosas y sorprendentes imágenes que se engarzan
entre sí mediante un singular procedimiento acumulativo, difícil de mantener.
Mestre
ha logrado crear un libro total, su obra más personal, compleja e intensa, una
síntesis de toda su trayectoria poética y un compendio visceral de su ideología,
un libro que vuelve a confirmarlo como una de las voces más personales de la
poesía española de las últimas décadas, como un poeta de obligada lectura.
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