lunes, 29 de julio de 2013

Las alas de sombra: "Las ventanas de invierno", de Francisco Onieva



Francisco Onieva
Las ventanas de invierno
La Oficina ediciones, 2013


 



            Estoy convencida de que en los buenos poemas las palabras extienden su sombra sutil pero exacta en el imaginario afectivo de los lectores, una sombra que se transforma en un círculo de reverberaciones y nos permite ver el poema delante de los ojos. Ver sus alas de sombra, como si el poema fuera un pájaro. « Un pájaro/ detenido en el frío/, con sus alas de sombra », leemos en « En la casa nevada », uno de los poemas de Las ventanas de invierno, libro con el que Francisco Onieva ganó en 2008 el XXI Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad, y que se publica ahora en La Oficina ediciones, acompañado por los bellos dibujos de Jacobo Pérez-Enciso. El pájaro y la sombra son dos de los principales núcleos de significación del libro, junto con la ventana, frontera entre la intimidad y el mundo exterior, por donde entra borrascosa y arrebatada la vida, como leemos en el magnífico poema « A destiempo » :





                        La vida

es aire

que se presenta

sin que puedan cerrarse a tiempo las ventanas.

Ahora lo sé.



            Aparentemente los dos espacios separados –y unidos- por la ventana son el adentro de la casa y el afuera, que puede ser un andén, un bosque, un parque en invierno, elementos de un paisaje vinculado a la geografía sentimental, elaborada poéticamente, de Los Pedroches, que se transforma también en un paisaje interior. Pero el adentro no es sólo el de la habitación desde la que se contemplan los pájaros, la lluvia o la nieve en poemas que recuerdan el mundo de Emily Dickinson o el universo de pasiones dormidas y sin embargo devastadoras de los personajes de Chéjov. El adentro es también el cuerpo-casa, que guarda la memoria de todas las caricias, de la herida y del espléndido « fino haz de ausencias », que marcan el cuerpo como las grietas surcan una casa:



                        Esta casa es mi cuerpo

                        y sus cimientos, la memoria.

                        Tus caricias están en lo más hondo,

                        entre las piedras que unen los muros a la tierra. 

                        Mi herida está en cada una de las paredes

                        que, verticales,

                        recogen

                        la luz

                        y la gavillan

                        en un fino haz de ausencias;

                        son la certeza de la cal

                        y en ellas he aprendido

                        que es imposible

                        la vida más allá del propio cuerpo.



            En este poema, « Mi casa », Onieva reescribe de alguna manera a Valéry: « No hay nada más profundo que la piel ».  Una piel de lluvia que responde tanto a la metamorfosis (el hombre que mira la lluvia en el primer poema del libro se transforma él mismo en lluvia) como a la continua circulación de sentido entre los distintos núcleos que conforman el tejido de los poemas : pájaro, sombra, ventana, invocados varias veces por los personajes poéticos, femeninos (porque a mi entender hay más de uno) y masculino. Así, los pájaros, « con alma nómada » en « De silencio y de sombra », son las ilusiones que un hombre despertó en la mujer también nómada, la mujer que « arrastra/ una maleta,/ llena de inviernos/ por el andén » (pienso enseguida en el magnífico poema « la chica de la maleta » de Ángeles Mora) en « Los relojes de sombra », la mujer que tiene una « sonrisa/ de niña que conoce/ las no palabras » (bellísimo este conocimiento, esta intimidad corporal e inteligente con las no palabras). La sombra, oscuro y fiel reflejo de las cosas, de las palabras y las no palabras, construye un juego de espejos –el « cielo frágil y rompible » de « El sembrador de escaramujos » « deja un sombra bajo la sombra de tus pies »- y se traslada al corazón ofreciéndose al tacto en « Las ventanas de invierno », donde un niño « palpa un corazón/ hecho de sombra ». 


           Libro muy hermoso y profundo, Las ventanas del invierno hará que los lectores se asomen a un mundo de gran belleza sensorial, de tono meditativo, inteligente y celebratorio, como los versos finales sobre el la intensa felicidad de los instantes que valen una vida de « la otra orilla » :



                        Es una felicidad sin historia.

                        No puede comprenderse.

                        Solo un instante,

                        pero vale una vida.





            Instantes así, de intensa felicidad, esperan a los lectores de este libro.

lunes, 22 de julio de 2013

"El libro de la enfermedad", de Augusto Rodríguez







Augusto Rodríguez
El libro de la enfermedad
Ediciones Vitruvio, 2013


           Existe un campo textual que pertenece a los enfermos, con todas sus pulsiones, sus deseos, su desmesura. Existe, en particular, un cuerpo, una zona escindida donde palpita el nervio escritural si la enfermedad de la que hablamos es el cáncer. Quizá porque su lenguaje es el del caos, el derroche, lo incontrolable, lo anómalo. O quizá porque en aquel que ya se sabe invadido por algo misterioso e incurable hay un sentido de urgencia, una claridad puesta en riesgo como si un accidente cualquiera amenazara en todo momento su propagación. Pero a menudo, el enfermo no reúne las fuerzas o el descaro necesarios para hablar de esta catástrofe, y hay entonces quien recibe una herencia de tumores como joyas familiares y, con estupor, con ironía, con amor y coraje, intenta escribirla.

Augusto Rodríguez (Guayaquil, Ecuador, 1979) ha ido construyendo una poética de la enfermedad en torno a esta herencia: la pérdida del padre, la ciudad carcomida por la miseria, la infancia arrebatada, el sexo amenazado por la oscuridad y la vejez. Ha dejado claro que, con cada poema, con cada desenfreno en la escritura, está combatiendo. ¿Contra qué? Contra la apatía, contra el poder, contra el irremediable acto de la muerte que, de manera insólita e irreverente, él transforma en un acto de vida. Augusto Rodríguez ha sabido afinarse el corazón para cantarle a la muerte silenciosa y en ese concierto casi animal escuchamos a su padre irse de este mundo con miedo a cerrar los párpados.

El libro de la  enfermedad reúne la tensión, la rabia y la vehemencia de otros libros del autor: El beso de los dementes, La enfermedad invisible, El libro del cáncer y Voy hacia mi cuerpo. Con diversos registros y la misma desesperación, el poeta ecuatoriano pone en marcha aparatos textuales y sexuales que están atravesados por visiones, por un dolor que ha echado raíces en el pensamiento y del cual han nacido sus preguntas más insistentes: “Qué queda después de la sangre, del semen, de la herida, del abandono”, o bien “¿Qué es la infancia? ¿en qué parte está? ¿dónde se esconde? ¿qué significa la infancia? ¿acaso es el espacio inhabitable que quedó después de romper todos los espejos que tienen a la muerte como su única fe?”.

Al abrir todas las ventanas de El libro de la enfermedad, constituido como un solo corpus, unitario pero multívoco, percibimos una misma y sola corriente de aire que oxigena la maquinaria pulmonar de todas sus páginas. Personal y polifónico, como si la transferencia cuerpo a cuerpo fuera posible en el poema, este libro relata una agonía, pero no a la manera de la amargura o el desconsuelo, sino como un gesto extremo de belleza y resistencia.

El autor conoce bien los signos de la enfermedad, sabe de la furia necesaria para defender del cáncer otras manos, otro estómago, otra sangre. Es niño y hombre frente a una adversidad impronunciable que, por momentos, le significa una derrota: “para qué seguir cuando mi padre respira por los orificios de la muerte y la madrugada me trae el aroma de su perfume y su beso es un pez enterrado en mi boca”.

Pero su imaginario es portentoso y no se deja oscurecer. El autor de El beso de los dementes es capaz de un desdoblamiento que no cesa, una enunciación ávida, devorante que, en sus momentos de mayor deslumbramiento, hace que el lector, perplejo, se reconozca en todas las cosas del mundo, con un cuerpo que va hacia la muerte lleno de órganos y amor y rebeldías y maldiciones como sílabas que fueron hechas para bendiciones.

La poesía de Augusto Rodríguez está llena de pequeños fogonazos subversivos que tienen asidero en la ternura, la escatología, la imaginación desbordante. Su universo simbólico es el de un lector que ha penetrado con voracidad en otras escrituras y las ha hecho propias hasta el punto de comprender que “para los que sufren las palabras no existen, están viciadas”.

Sin embargo, en El libro de la enfermedad las palabras están aconteciendo, rotundas, encendidas.


lunes, 15 de julio de 2013

Cápsulas de amor en tiempos de spotify: “Espía mi bolso”, de Silvia Gallego




Silvia Gallego
Espía mi bolso
Cuadernos del Laberinto, 2013.



Silvia Gallego, Madrigalejo (Cáceres)
1980.

Enraíza el latido/ sofoca el instante/ olvida la sístole/ en este amanecer, así comienza el poemario de Silvia Gallego, con un poema a modo de prólogo en el que invita al lector a ser su contrincante en la lectura de sus versos y que finaliza (en este primer poema) con un Si poetizas mi piel, el Ritmo será nuestro. Un poema, éste, "El contrincante", que encierra gran parte de los secretos de este libro, hablamos de amor de ritmo y de una dicción que en muchos casos nos sumerge en el hip-hop, nos golpea con imágenes de un alto contenido erótico y nos invita a zambullirnos en el bolso que Silvia ha dejado abierto para deleite de sus lectores.

Gallego ha articulado su poemario, inteligentemente, en cinco partes claramente diferenciadas donde podemos observar distintos discursos. Así, en "Objetos", nos encontramos con una voz en primera persona que se desliza entre sus versos y que busca llamar la atención de su interlocutor. Atrévete a imaginarme, apela Silvia, misterízate conmigo o vomité hiel… Hay un doble fondo en todo lo que Silvia apunta.

A continuación, las tres partes centrales del libro, tituladas Emociones en MP8, Zip de Letras y Lecturas en el IPAD, nos muestran cómo conviven las nuevas tecnologías, el verso y la literatura en esta actual sociedad 2.0. Versos denotativos, juegos de palabras e ingeniosas construcciones, siempre bajo un lenguaje cuidado y evocador, salpican los poemas de estas secciones. Hay casos en los que incluso el lector puede agarrarse a dobles interpretaciones como se puede observar en los versos del siguiente poema:

@

Viviremos un tiempo sin espacio
                  palabras sin vocales
                  calles sin ciudades.

Si ves este @ en tu iphone
no contestes a mi pantalla.

[…]

Si cambiamos la @ por un ahora, el poema sigue sugiriendo la inmediatez del mensaje y ese guiño a twitter.


Aunque, probablemente, el poema que mejor condense el contenido del bolso de Silvia Gallego sea el poema "Sin cartón", uno de los grandes hallazgos de este poemario, perteneciente a la parte Lecturas en el IPAD.

SIN CARTÓN

En recovecos me escondo,
los poros señalan la entretela,
en este atajo del tiempo
siento la belleza del Ser.

Pies musicales en su forma,
manos como rayos de sol,
pelo vibrante en líneas,
ojos de neón luminoso.

Mi piel de musgo siente
las curvas tejidas del revés,
mi ombligo se acerca,
amapola de un día.

En la aureola permanece
ático de algún deseo,
bosque lunar más abajo
pendiente de su regreso.

Arcilla que me ocupa,
herencia de otras mujeres,
este ciclo de marejadas
para entregarme al goce.

Un delicioso poema articulado en cuatro estrofas donde la autora nos va desvelando el deseo, donde la ternura da paso al goce y la sensualidad se derrama bajo la femineidad de la herencia de otras mujeres. Todo un acierto.

Para finalizar, y antes de alcanzar el "Cierre de cremallera", que actúa a modo de epílogo, destacar la última parte del libro, Bloc de Notas. En esta parte, Gallego nos ofrece sus mejores píldoras, nos golpea en este sin-ruido, con marcados ritmos que invitan al lector a musicar sus poemas, de ahí la anterior referencia al mejor hip-hop, como puede comprobarse en la segunda parte del poema "Autocita".

II

Me mojas, me salpicas, me sostienes. Jugamos, bailamos, nos enraizamos. Te busco, te encuentro, te imagino. Me mojas, me salpicas… ¿Me sostienes?


Para finalizar, en su cierre de cremallera, Silvia nos advierte que… Entre jirones de palabras te sorprendo en sincronía, en la ternura que elegimos: como ahora, si me lees.
Toda una declaración de intenciones.

En definitiva, y a modo de cierre, nos encontramos ante un libro de gran frescura, en donde la sensualidad, el erotismo, la provocación y la sugerencia nos salpican como gotas de agua en nuestro rostro para saciar el calor del verso de Gallego. Como bien indica Luis Alberto de Cuenca en su prólogo, nos encontramos ante una auténtica delicia. Larga vida a la poesía amorosa.


lunes, 8 de julio de 2013

"Cativa en su lughar", de Luz Pichel





Luz Pichel
Cativa en su lughar
Editorial Colección diminutos salvamentos, 2012



lengualtad al idioma [de lengua y lealtad alta]

Cativa es idioma y es arraigo. Es castrapa tierra en mano. Es lengua invisible en diccionarios paginados. Pero esta invisibilidad es solo formal, pues en lo hondo de lo más hondo del fondo, más de allá del fondo y de un mar de contenidos, Cativa es toda carne. Desnuda carne. Desnudada de desnudo, no de nudo. Carne viva en Cativa viva. Cautiva carne cativa. Es la luz más viva que saca Luz Pichel de su entraña más gallega. Su estrategia es la contracción de lenguas. La autóctona condensación. Pero Cativa es carne caprichosa. Capricho desnudado -no de nudo de desnudo-, pues teniendo como destino esa reducción mineral de carne, a veces desde las manos iluminarias que la crearon, se multiplica en lenguas. Se multilengua. Es el sueño deslenguado del eremita. El multisueño nacido de la orina de una Oniria. En ella no hay ni traducción ni traición, como bien reza la nota Pichel. De hecho, me da por pensar que no subyacería la música que escucho en las impares páginas y en las pared de las pares de este bello y a veces rudo lughar. Cativa rezuma música que es cadena y en-cadena. De hecho, todos sus letreros son canciones.

Cativa es música -e insisto en música porque ella insiste en música página sí página sí-, y en su enjuto cuerpo-lengua he visto los bosques de siempre dentro de ciervos y mil nombres dentro de cosas.

[Un animal, un gato, un gatho,
dos córneas, dos cortes verticales frente a lo hondo...]


Una casa pechada- En-terrada. Em-pantanada. Em-paredada. En-luminada. Ella es a mis dos ojos, dos lenguas, dos idiomas, dos ciudades, dos naciones desnacidas, dos cativas en un solo lughar. La lengua bífida de cativa mujer y cativa niña. Divididas lenguas.

[Va a ver que matarlo
Va a ver que matar a una]


Si rico es un idioma en una boca, multiplicadamente rico serán dos en esa misma boca. Luz juega como un niño juega con la luz, y con consciencia y con conciencia se sienta en el centro de un bosque alto ante mil dados que son cartas, que son palabras re-formadas, que son sopa y son letras [la que albor/la que albora/la que rompiente/la que albedría/la que fatal... mientras llega/saca los naipes], baraja caprichosa que nos cuenta su vida entera en bazas. Em-bazada. Em-brazada. Embarazada.

Atenta jugadora nos relata [una vocal de nada, una letra que cae y estás perdido] cómo se puede perder uno en la lúgubre traducción. Cativa es en sí misma el diccionario estrellado. Desarrolla definiciones poemáticamente acercando esos dos idiomas con endurecidas manos.

Pero volvamos a la música. Volvamos a la realidad...
[amanecer en nébulas/ neblina, nebulas, néboa. Tráfico]

mientras volvemos al juego de niños...
[letrero. Hacer un avión con él. Botar. Volar]

Luz es mujer. Es madre y es niña. Es traficante de letras. Pichea con ellas. Trapichea (de pichel-a) con ellas y nos abre mundos nuevos. Su ojo de buey es el ojo que todo ve y todo vela en su granja, escenario de su mundo.

En El nombre de las cosas nos toca la música propia de su lughar. Y es al sur de esa página par donde se pregunta, casi renegando, porqué en su aldea solo pusieron nombre a los trastos de apenar.

Cada poema se antoja como una canción infantil, tradición de niños crecidos como un río que des-crece en unas aldeas de arcilla. Música nunca muerta en su memorial ventana de artefactos, corral que será museo futuro de su propia etnografía. Y he aquí la décimo octava canción... [dentro de la cesta/ se acunan los amantes/ apretaditos]

Más música, por favor
[Fue fragmento, primero, eso; después, bocado inútil. Antes y después, anacoluto, anacoreta, human vs. anaconda].


Un ghrito. Cativa es pequeña. Poca leche bebió cuando fue cativa. Cativa buscando armas, quise decir, ramas. Cativa busca gallinas. Busca gallinas en rama. Canela fosilizada. Pues no hay póla en la fosa pues no hay pola en la fosa. Cativafosilizada. Cativasometida. Cativapresa en su propio idioma. Pero Cativa es tan pequeña que nadie entiende por qué su música tiene dientes. Porque Cativa es carnívora. Cativa es a dentelladas. Es mordisco que re-muerde la patata cruda. Cruda lengua deslenguada del lenguado. Cativapequeña que buscaba en la patata la fría y deforme belleza de la pata de la granja.

Cativa no tiene madre dentro de retratos de familia. Solo tiene arados con lo que morder la tierra toda. Huérfana escritora de letreros en un barco, con un erial inmenso en cubierta. Encubierta y cubierta Cativa. [¿Dónde marchó el barco?]

Solo Meigho la conoce. Solo Meigho sabe su apellido conoce su casa y sus animales. Monta sus caballos. Pero Cativa tiene miedo a Meigho. Miedo. Meigho. Miedo. Meigho. Su casa es el Alén. Es la al-dea-soñá cativa y rural. Su tierra bien pisada. Su lengua pisada y arada. Lugar endominiado. Alén es su dominio.

Canción cuasi-lorquiana al norte de la carretera 38.
[Frío en la fuentefrìa/ La niña lava y llora/ vese en el fondofondo]

Cativa no comprende el vacío. No asume el lughar que ocupa el vacío en el mismo vacío fuera del vacío. Cativa se pregunta: [cuando se acabe de tirar lo que no sirve ¿qué manda usted que se ponga en el lughar ocioso, padre?] Pero la madre que no estuvo dentro del retrato era madre, no era cosa ni coda y nunca pudo Cativa rellenar ese lughar. Le persistió el vacío. Cativacía cuida las cosas y personas que le desvanecen. Tiene una hermana en una carreta de trigo y aún un padre que llena su espalda-remolque con cosas. Con sencillas pero pesadas cosas. También hay rincones lleno de apesadumbradas sombras. La entrada al corral estuvo poblada de sombras que hacían saltar galopar maullar cuanto animal vivo vivía allí.

Siempremúsica
[No seas, no estés, no. Lechuza no, tus ojos no, no, no, no, no, los de velar, lejos de estos baldíos, coruja].

Rebuscar cativamente es ir al rebusco.

Música
[Luciérnaga/ vagalume/ luciérnaga/ vagalume/ luciérnaga/ vagalume vagalume vagalume y adiós].

El léxico de Cativa es Latexo. Conmoción. Ella dice golpe de leche. Su poema. Su acento. Del acento des-acentuado dijeron que era acento ruin. Una curva de más. Una caída. Pero tiene tanta música la curva...

Hay que tumbarse en estas extensiones de campos poblados de animales de granjas para escuchar la música que cae desde arriba. Tierra en los ojos de Cativa pero tierra al fin y al cabo. Tierra nuestra ahora. Tierra nuestra [el cuerpo es como un arado]

Ella nos abrió la puerta de su morada en la página par y echó la llave tras de sí en otro 100 que era par, no sin antes consentir a sus ajenos -nosotros los mortales- acariciar la inmortalidad de sus cosas.

Cativa es música en un campo abierto. Es corral de vivos. Es caterva. Cativa es casa, hogar de leche, música de aperos, erial de granjas animalarias con sus animalarias madres. Cativa es un multidiccionario de idiomas en su afán de diccionario único y uno. Es infancia de muñecas rotas. De madres que se des-madran de este mundo y se reinventan en cada verso como recordatorio eterno. Lenguas que hablan como esas antiguas madres. Cativa es inmensa a pesar de su tamaño. Acariciadora de lenguas es al fin madre de todo aquello que tiene madre. Cativa ha sido y es otromundo.

Cativa deja sin habla. y si le pusieran a Luz Pichel una herramienta en la mano sería una poliédrica herramienta de arar. De arar palabras. Un trillo. O una cosechadora para que siguiera cosechando siempre siempre así, tan ca[u]tivamente...